La Filosofía Estoica II
[et_pb_section fb_built=»1″ _builder_version=»4.16.1″ _module_preset=»default» custom_padding=»1px|||||» hover_enabled=»0″ da_disable_devices=»off|off|off» global_colors_info=»{}» background_enable_image=»off» sticky_enabled=»0″ da_is_popup=»off» da_exit_intent=»off» da_has_close=»on» da_alt_close=»off» da_dark_close=»off» da_not_modal=»on» da_is_singular=»off» da_with_loader=»off» da_has_shadow=»on»][et_pb_row _builder_version=»4.16″ _module_preset=»default» global_colors_info=»{}»][et_pb_column type=»4_4″ _builder_version=»4.16″ _module_preset=»default» global_colors_info=»{}»][et_pb_divider color=»#007a68″ divider_weight=»2px» _builder_version=»4.16″ _module_preset=»default» width=»25%» locked=»off» global_colors_info=»{}»][/et_pb_divider][et_pb_text _builder_version=»4.16″ _module_preset=»default» text_font_size=»17px» text_letter_spacing=»0.5px» header_font_size=»40px» header_2_text_align=»left» header_2_font_size=»30px» header_5_font_size=»18px» text_orientation=»justified» global_colors_info=»{}»]
José Carlos Fernández
La doctrina de Zenón se había expandido ya en Oriente hasta llegar a Babilonia y Alejandría. Con Panecio llegará a una Roma que quiere helenizarse, dulcificando las austeras costumbres romanas. El griego es, ahora, el idioma de las personas más cultivadas.
Panecio nació en Rodas. Estudió ciencias de joven, y en Pérgamo, siguió las lecciones del filólogo Crates. Pero al no encontrar en él la sabiduría que saciara su corazón viajó a Atenas, como discípulo de la Stoa, cuyos jefes eran Antipater de Tarso y Diogenes de Babilonia. Frecuentó, pero no se sintió atraído por las enseñanzas de la Escuela Platónica ni el Liceo de Aristóteles, demasiado inclinado, para su gusto, a las ciencias experimentales. Sin embargo estudió en profundidad las obras de Aristóteles y de Platón a quien califica de “divino”, de “santo”, de “sabio” y de “Homero entre los filósofos”.
Viajó a Roma acompañando a su Maestro Antipater y trabó amistad y fue huesped del caudillo romano Escipión Emiliano, que se convirtió en su discípulo, y a quien acompañó en Alejandría y en la expedición militar que realizó por las costas occidentales de Africa. Integró el círculo de nobleza y cultura que rodeaba a Escipión, en el que cimentó con firmeza la filosofía estoica. El vencedor de Cartago y su apacible amigo Lelio fueron los primeros aristócratas romanos que se “convirtieron” al estoicismo. Como resultado de las campañas de Escipión en Hispania, Panecio conoce las hazañas de nuestro héroe lusitano Viriato y lo adopta como paradigma de sabio estoico. A la muerte de Antipater vovió a Atenas para regentar la Escuela Estoica. Escribió un Tratado del Deber en que se inspiró Cicerón para escribir los dos primeros libros de su De Officiis.
Panecio introduce en el código moral de los primeros estoicos un sentido de aristocracia y dignidad, de nobleza interior y profundo humanismo. Conquistó a la nobleza romana haciendo una fusión alquímica del Ideal Romano de Estado y su afán civilizatorio, y la filosofía estoica. Panecio, con gran visión histórica, entendió que el “centro de inventos” y antorcha de civilización se desplazaba hacia Occidente, hacia Roma, alejándose de la milenaria hegemonía de Asia, Egipto y Grecia. Supo así, que para expandir los beneficios de la filosofía estoica era necesario trabajar con Roma y en Roma.
Respecto a su filosofía, y a diferencia de Crisipo, Panecio justifica las pasiones, a las que no se debe extirpar, sino dominar. Instintos, afectos y pasiones no son del todo independientes del Logos en sí mismo -¿No se hallan como expresión del Alma de la Naturaleza?- y por lo tanto, antes deben ser sometidos y dominados que extirpados. Estas fuerzas irracionales pueden ser de gran utilidad al alma. El Logos, al someter los afectos engendra en el alma la verdadera armonía. Depende del hombre la conquista de la felicidad, su eudaimonía.
Respecto a los bienes de la vida real que el Estoicismo antiguo trató como “indiferentes”, hay muchos de ellos que no son tales y ayudan en el camino de la felicidad. El bien absoluto, lo moralmente bueno, no puede oponerse a los bienes útiles al hombre. Panecio dirige su atención y sonríe, no tanto al ideal del sabio que se domina a sí mismo, libre de toda afección, y lejos en su ánimo del dolor del mundo; sino que sonríe y mira a quien combate valientemente en establecer un orden en su alma, en su vida y en el mundo. Al Estoicismo le ocurrió algo semejante al Budismo, que comenzó con el ideal del Arhat, el asceta riguroso que se aísla y libera del mundo y sus ataduras; y terminó en la escuela Mahayana con el ideal del Bodhisatva, el sabio compasivo que a todos extiende su luz y su bondad, animando al peregrino en las ásperas inclemencias de la vida.
Según Panecio, el dolor no puede ser ignorado. No se le debe restar importancia, ¡cuántos filósofos y almas sucumbieron por no saber enfrentar el dolor! Es necesario conocerlo y saber el método, el camino para doblegarlo y vencerlo.
Esta es la enseñanza de Panecio en el tratado del dolor que dedica a Tuberón, sobrino de Escipión. La ausencia de pasiones- apatheia– del sabio perfecto no era muy del carácter romano, vital y práctico. Panecio destaca del sabio más bien su eutimía, la serenidad que nace en el alma al obedecer los dictados de la virtus.
Francisco Montes de Oca en su exclente monografía sobre los estoicos, uno de los trabajos en que nos estamos fundamentando para escribir este artículo, describe muy bien la filosofía y la reforma que Panecio hace en la filosofía estoica, para poder injertarla en el Alma de Roma:
“A través de la razón únese el hombre al logos. En virtud de esta unión puede llegar a un conocimiento de la divinidad; conocimiento que le permite tomar conciencia de su elevado destino y de su verdadero telos: asemejarse en lo posible a la divinidad, tenerla siempre por modelo. Mas la esencia de la divinidad únicamente por sus obras, manifestación de un orden maravilloso, puede conocerla la razón humana. Para establecer un orden y armonía semejantes en el alma ha menester el hombre dominar con su razón las fuerzas irracionales que la habitan y afirmar su dominio frente a las tentaciones interiores y exteriores. Así interpreta el de Rodas el telos de Zenón, su homología, como una inalterable unidad de la vida perfectamente equilibrada en nuestra propia alma.
Panecio dio un paso de gigante en el descubrimiento de la individualidad del hombre al distinguir en él dos naturalezas: una común a todos los seres humanos y otra individual y típica de cada uno, que está concretada por su origen, por sus innatas aptitudes, por su carácter, por el medio en que crece. De esta distinción resultan dos dominios en los deberes del hombre: por una parte los que son comunes a todos, por otra aquellos que son específicos de cada individuo como consecuencia de su naturaleza individual y de su proceso personal”
Panecio se opuso al sitio de Cartago y a la destrucción de Numancia porque pensaba que no debe ser el miedo, sino el amor, la raíz última de toda adhesión. En sus escritos políticos Panecio destaca que para la buena relación del pueblo con el Jefe de Estado, el gobernante debe ser respetado por todos, debe ser además querido y ser depositario de una confianza que debe naturalmente inspirar. El gobernante debe ser justo y encarnar el ideal de un armónico carácter moral que se manifiesta en lo interno y en lo externo. La vida personal debe ser intachable y jamás actuar en beneficio propio. Y hay que enseñar al pueblo que el bien y el mal de cada uno está íntimamente ligado al bien o el mal de la patria.
Para Panecio, el gobierno romano, que integra las tres formas fundamentales del Estado, es la mejor. Justifica la vocación imperial de Roma, porque beneficia y lleva su pax y concordia con sus legiones y su Ley. Impide que los malos puedan ejercer la violencia y explotar a los débiles. Sustituye la anarquía y las continuas reyertas de los distintos bandos por la paz, el orden y el imperio de la ley. Loa entonces el espíritu paternal de Roma, contrario al capricho e impiedad de los tiranos, ya que la autoridad no reside en el derecho del más fuerte sino en el mejor.
Panecio liberó a la filosofía estoica de sutilezas conceptuales que más reblandecen el alma que la afianzan, y de un dogmatismo racional que no habría sido bien asimilado por el carácter abierto y libre del romano. Ejerció una profunda influencia en el Círculo de Escipión y a través de él en los espíritus más cultos de la aristocracia romana influyendo así sobre Roma como poder universal y cultural.
Posidonio (135- 51 a. C.) es discípulo de Panecio, y fue una de las figuras más destacadas del último periodo de la cultura helénica. Es considerado uno de los investigadores más completos y polifacéticos de la Antigüedad Clásica. Se sumergió en todas las ciencias de su época, y supo extraer de ellas el hilo de unión y quintaesencia gracias a su eclecticismo y filosofía.
Nació en Apamea, ciudad griega de Siria. Realizó estudios en Atenas y en Alejandría, la cosmópolis de ciencias y artes. Recorrió, como peregrino del saber, los centros de conocimiento y cultura más importantes del Mediterráneo: Asia, Palestina, Egipto, luego Roma donde fue recibido por sus propios condiscípulos de la Escuela Estoica y por los nobles romanos; Etruria, Sicilia, donde estudió los fenómenos de vulcanismo; Marsella y toda la Provenza, donde investigó la cultura celta; Germania, en los confines bárbaros del Imperio Romano; e Hispania, donde estudió la cultura lusitana e íbera. Quedó sorprendido ante sus riquezas metálicas y ante las montañas horadadas de sus minas, antigua explotación tartéssica, continuada por los fenicios y luego griegos, cartagineses y por fin romanos. Sintió horror por la dureza y trato animal de los esclavos que trabajaban en estas minas. En Cádiz, y mirando con añoranza hacia el fantasma de la Atlántida, estudió durante un mes las mareas, flujos y reflujos en el Estrecho de Gibraltar y también en las Baleares, midiendo la profundidad del mar.
Allí donde fue investigó, no sólo las costumbres y vidas de sus pueblos, sino todos los fenómenos de la naturaleza: Botánica, Geología, Astronomía, Metereología, en un afán enciclopédico de saber. Es posible también que contactara con las distintas Escuelas Esotéricas que funcionaban en toda la cuenca del Mediterráneo y que en ellas profundizara sus conocimientos de Astrología, Matemática y Geometría Sagrada, Teogonía y Cosmogonía, así como en la Simbología que permite interpretar el sentido íntimo de los mitos.
Al finalizar sus viajes se retiró a la isla de Rodas, importante centro económico y cultural, donde abrió una escuela de Filosofía, que se convirtió en una antorcha de luz y saber no sólo para los isleños, sino en todo el Mediterráneo, influyendo principalmente en los círculos más cultos de la sociedad romana. Las lecciones que en ella daba sirvieron de inspiración a Cicerón, que le visitó y fue su discípulo en el 97, para escribir el Libro II de su “Naturaleza de los dioses”, las Tusculanas y el Tratado sobre la Adivinación. Pompeyo, en su campaña militar para pacificar Oriente, le visitó y le manifestó profundo respeto, haciendo que los líctores inclinaran las fasces antes de entrar en su casa: símbolo del Imperio y la Fuerza civilizatoria, que se rinden, en homenaje, a la Sabiduría.
Posidonio actuó como embajador de Rodas en Roma, el año 86, para negociar con el general Mario, enfermo de muerte. Por su sabiduría y prudencia, don de gentes y profundo conocimiento de las gentes y caracteres, fue nombrado presidente del Consejo de Rodas. Se sabe, que en el año 51, año en que murió, viajó, de nuevo a Roma para renovar la alianza entre Rodas y la Ciudad Eterna.
A pesar del esfuerzo que hizo en sistematizar todo el saber de su tiempo, de su obra no ha quedado prácticamente nada, aunque es citado con frecuencia por Séneca, Cicerón y tantos otros autores clásicos. Conocemos el título de las obras: De las Pasiones, Sobre el Cosmos, Sobre los Dioses, Del Alma, Sobre el Destino, Sobre la Adivinación, Sobre la Ira, Sobre lo Sublime, Sobre el Oceano, Sobre los Cuerpos Celestes, Sobre la Grandeza del Sol. Dejó escritos también numerosos trabajos sobre historia, geografía y etnografía de los que sólo conocemos referencias indirectas. Su Historia, continuación de la de Polibio, es un tratado enciclopédico, que “reviste las formas magníficas del gran estilo histórico helenístico, que pugna por exponer patéticamente el señorío de la justicia”[1]. También se dedicó ampliamente a cuestiones astronómicas, del problema de la medida de la circunferencia de la Tierra y de los fundamentos de la geometría euclídea. Y es que su filosofía consideraba que la unidad de las distintas ciencias no es sino una expresión natural de la unidad de las distintas partes del universo.
Posidonio reestablece, dentro de la Escuela Estoica, la unidad entre la Filosofía y las Ciencias, entre el Logos y la difusa multivariedad de la vida. El Logos es, en toda manifestación de vida, su unidad. El cielo, la tierra y todas las partes del Cosmos están ligadas por invisibles lazos de recíproca influencia. Esta es la llave de la filosofía de Posidonio: el concepto de sympatheia de clara inspiración egipcia. Esta cosmovisión permite entender y validar la ciencia de la adivinación y la astrología. Diecisiete siglos después otro gran filósofo, Giordano Bruno, se fundamentaría en esta idea para escribir gran parte de su obra, especialmente “De vinculis in genere”, “De Magia” y “De Imaginum”, y donde la imaginación es la capacidad del alma humana y de la naturaleza para crear, usando estas leyes de correspondencia en todo lo que existe.
La suma de todo lo que existe, el Cosmos se halla animado por la Vida Una, que actúa en el mundo, desde la piedra hasta la estrella, dotando de alma a la materia en toda una pirámide graduada de fuerzas y seres.
El Cosmos o Universo es un organismo vivo “en el que se verifican los múltiples modos del ser, a causa de una intrínseca armonía entre las varias partes del todo”[2]. Está ordenada jerárquicamente y generado por el Fuego, que le da nacimiento, diferencia los elementos y todas las formas de vida; lo conserva haciendo circular en El la Vida, y lo destruye cíclicamente en una conflagración total muy similar a la descrita por los indos en sus manvántaras y pralayas.
El alma humana es una emanación del Sol, alma de nuestro Cosmos. El alma descendió a la Tierra pasando antes por la Luna, tal y como afirman las tradiciones esotéricas y teosóficas. Desciende también a la vida terrestre o material, desde el mundo psíquico, cuyo símbolo es la Luna. Y después de la muerte debe pasar, de nuevo, por este mundo “lunar”, lleno de genios y divinidades inferiores y purificada, ascender al mundo “supralunar” sede de toda bienaventuranza y perfección, simbolizado por la luz del sol. El hombre es un microcosmos que, como decían los sabios chinos, media entre el cielo y la tierra. El alma preexiste al cuerpo, que es su cárcel y en ella –el alma- viven potencias irracionales, sujetas a corrupción y muerte, y otras racionales, puras e inmortales.
Las pasiones no deben ser aniquiladas, sino dominadas y disciplinadas mediante el ejercicio de la razón, la música y la poesía. La Astrología puede servir para conocer la naturaleza y conocerse a uno mismo, entendiendo la causa y mecánica de estas potencias del Alma, aún de las pasiones. Esta parte del alma donde se hallan estas fuerzas irracionales o temperamento es lo que da tal variedad al carácter de los pueblos. Pero la mejor parte del alma es donde se asienta la razón, y esta formada de las más puras sustancias del cosmos. Cuando el hombre sigue a la razón realiza en sí el orden del Cosmos. La naturaleza, con la que debe el hombre vivir en armonía, es tanto la naturaleza del universo ordenado racionalmente, como la naturaleza de la razón humana, integrada por elementos divinos.
Procedente del Logos, existe un gobierno divino o jerarquía que gobierna el mundo y al hombre. Jerarquía a la que los seres humanos gobernados por la razón celeste pueden pertenecer, siendo así colaboradores activos del Logos o Divinidad-Razón-Fuego, y discípulos activos de los Dioses. Pertenecer a esta Jerarquía es pertenecer a una Fraternidad regida por el Logos, sin fronteras nacionales, donde se hermanan lo que en el hombre hay de divino, héroes y Dioses en incesante esfuerzo. En un Imperio celeste de los que todos los poderes de la tierra no son sino sombras imperfectas. Esta es la tarea suprema del hombre, ser “creador”, como el Logos, con el Logos, que es, en definitiva, la quintaesencia divina de sí mismo y de la naturaleza entera. Este trabajar en concordancia con el Logos no es una esclavitud sino un servicio libre y feliz, la natural expresión de la condición racional y divina del ser humano, el uso de la propia libertad para obedecer a la Ley.
Francisco Montes de Oca hace una exposición maestra de la filosofia de Posidonio: “Arrancando de la idea de este Estado trascendente, aprovecha Posidonio anteriores intentos de la escuela para acometer a su modo una elaboración gigantesca de la historia de la cultura. El conocimiento humano fue, al principio, un mecanismo inconsciente de la parte del alma que emana del universo divino; los poseedores de estas adivinaciones primarias son los sabios de las remotas edades. Crearon no sólo la adoración de los dioses y las formas de la sociedad humana, sino también los instrumentos y actividades de la civilización material, que Posidonio considera algo divino por la labor espiritual que hay en su fondo.
Van conquistando los humanos formas de vida más refinadas y perfectas, pero van también acumulando un creciente lastre de corrupción moral- Llega un momento en que termina el gobierno de los sabios y en que son objeto de torpes abusos sus conquistas. Toca entonces su turno a la filosofía, ciencia de las cosas divinas y humanas y de sus causas, que fundamenta y amplia las adivinaciones de los sabios, dentro siempre de idéntica finalidad: hacer que el hombre y la comunidad tornen a su comunión natural con lo divino. Los filósofos han de empeñarse en ascender a las puras regiones de la “teoría”, para servir de guía intelectual y espiritual a sus conciudadanos.
No es sólo creador de vida el logos, sino que es él mismo vida; vida que llena y configura todo el cosmos en grados y formas diferentes. Este poder originario y vital, que todo lo anima y regula, es la divinidad, vida y movimiento eterno. “Dios es como un soplo espiritual que penetra todo ser”, escribe el de Apamea. Y en otro lugar: “Dios es un soplo espiritual e ígneo, que no posee forma alguna, que se transforma, por consiguiente, en todo lo que quiere y que quiere y que puede asemejarse a todo”
La vivencia esencial de Posidonio es el cosmos en su grandeza, multiplicidad y hermosura. Debido a su desarrollado sentimiento religioso, esta vivencia tan honda se le metamorfoseaba en una vivencia religiosa que supo expresar con palabras henchidas de entusiasmo. Descubre en el macrocosmos no un poder natural y ciego, sino un espíritu divino que concentra en sí mismo toda fuerza y todo conocimiento.
También en el microcosmos vislumbra la divinidad. El hombre, además de estar unido a ella, es parte de la misma y actúa, por consiguiente, en el gobierno divino del mundo. Esta es la más excelsa tarea de su existencia.
Al ser la divinidad inteligencia pura y bondad pura, es, por ende, providencia: preocúpase del hombre como de un hijo. Su cuidado no se extiende sólo a la humanidad en general, sino al bienestar del individuo mismo. La esencia de la divinidad se hace patente a los hombres bajo la forma de una paternal preocupación, como una ayuda y un amor continuos.
Problema que preocupó hondamente a este insigne pensador fue el del origen de la religión, como también había ocupado a la filosofía griega, desde los tiempos de Jenófanes. Aunque estaba de acuerdo con sus predecesores al sostener que los meteora –fenómenos atmosféricos y estelares- habían tenido mucho que ver con el origen de la religión, afirmaba, sin embargo, que la más profunda causa de la creencia en la divinidad radicaba en la propia naturaleza humana, en el hombre mismo que, gracias a su parentesco con esa divinidad, a la relación entre su logos y el logos del universo, había descubierto la fe en un poder divino. Sólo lo semejante puede conocer lo semejante. Los conocidos versos de Manilio:
Quis caelum possit sine caeli munere nosse,
Et reperire deum nisi si pars ipse deorum est,
Expresan fielmente la concepción de este filósofo. Los mitos, creados o reelaborados por los poetas, fueron objeto de la crítica y del rechazo de Posidonio, que se oponía a toda concepción antropomórfica de la divinidad. Ante la tradición mitológica el filósofo tiene que ser auténtico profeta e intérprete de la naturaleza divina”.
El estoicismo romano de la época imperial es llamado Estoicismo nuevo; en él la filosofía de la Stoa se enraíza en las conciencias más esclarecidas de Roma. El carácter romano se abrió ante esta filosofía que le era tan afín: imperio de la ley y del orden, concordia, cosmopolitismo, virtud, valor, sentido de responsabilidad y sacrificio ante el bien público, pietas, son valores que hermanaban el alma romana con la filosofía estoica. Los tiranos como Nerón, Domiciano, temen y castigan con la muerte o el exilio a unos filósofos que son capaces de enfrentar y denunciar y desafiar sus desmanes. A hombres valerosos, que consagrados al bien público prefieren hallar la muerte que ser cómplices de la injusticia y la corrupción del ánimo.
Algunos personajes que destacan en este periodo -que finaliza, en cierto modo, con la muerte del emperador Marco Aurelio- son:
Quinto Sextio, contemporáneo del emperador Augusto. No, pertenece, estrictamente hablando a la Escuela Estoica, pero se inspiró en sus principios y código moral, para crear una escuela de filosofía neopitagórica que ejerció una gran influencia en su tiempo y que causaría profunda impresión en Séneca. De Quinto Sextio, nuestro filósofo cordobés afirmaría que era “hombre riguroso, que filosofaba en lengua griega con modales de latino”
También filosofaron en griego, pero con carácter romano dos grandes filósofos, verdaderos forjadores de almas, Cornuto y Musonio Rufo.
Anneo Cornuto nació en Leptis Magna, África y entró a formar parte de la estirpe de los Anneo, siendo adoptado por Séneca y convirtiéndose en maestro de Lucano Anneo, el autor de Farsalia. De origen humilde, impartía lecciones como gramatico a jóvenes de familias distinguidas. Como filósofo estoico, profundizó en cuestiones teológicas, escribiendo un tratado para sus discípulos, Compendio de Teología. En esta obra analiza el significado más íntimo y oculto de los dioses griegos, que relaciona con la dimensión espiritual y consciente de las fuerzas y leyes de la naturaleza, emanadas todas ellas de un Logos único, el Dios ígneo de la filosofía estoica. Recordemos de este Compendio de Teología, el concepto de la tensión, la fuerza interior que permite a cada criatura cumplir, de acuerdo a su naturaleza, el deber asignado por el Logos. La relaciona con el héroe-dios Hércules, el mejor de los héroes y guía moral para la filosofía estoica:
Heracles es la tensión que en todas las cosas existe, gracias a la cual la naturaleza es fuerte y poderosa, invencible e insondable, dispensadora de fuerza y causa de potencia, aun en cada una de las partes…Tal vez la piel de león y la maza, que le corresponden, según la antigua teología han de ser así interpretadas…una y otra son así símbolo, quizá, de la fuerza y de la nobleza. El león es, en efecto, el más vigoroso de los animales salvajes; la maza, la más potente de las armas. Y quizá el dios es representado también como arquero, por su capacidad de entrar en todas partes y por tener, gracias a la tensión, la de arrojar flechas…Y no resulta improcedente atribuir al dios las doce hazañas, como hizo también Cleantes.
Cultiva también la tragedia y la poesía y expone, como gramático, una concepción estoica de la filosofía del lenguaje en su tratado De enuntatione. Amante de Virgilio y de los poetas latinos comentaba, con inspiración, el sentido de sus versos.
Musonio Rufo nace en Volsini, y fue desterrado por Nerón, llamado a Roma por Galba y otra vez desterrado por Vespasiano, y de nuevo en Roma con Tito. Mantenía correspondencia, y quizás fuera discípulo del más grande taumaturgo y filósofo de la Antigüedad Clásica, Apolonio de Tiana. Su verbo elocuente y filosofía certera hicieron numerosos discípulos durante sus viajes y destierros, de Roma a Asia Menor. El testimonio antiguo le muestra como un profeta y apóstol de la filosofía, por la fe, vigor y entusiasmo de sus discursos. Toda su filosofía se halla edificada en la necesidad de la virtud, o mejor de la práctica de la virtud, que se convierte en una áscesis, en todo un camino espiritual. “La virtud es una ciencia no solo teórica, sino práctica, a la manera de la medicina o de la música. Como el médico y el músico deben no solamente haber aprendido los principios de su propia profesión, sino estar ejercitados y obrar conforme a tales principios, así también quien pretenda ser varón virtuoso debe, más que conocer los preceptos que conducen a la virtud, practicarlos con celo y asiduidad”, escribe. Su discurso y ejemplo forjarían a fuego el espíritu de Epicteto y de numerosos miembros de la nobleza romana.
Crisostomo (“el de boca de oro”), o Dion de Prusa, nació en esta ciudad que es hoy Bursa, en Turquía, cerca del 40 d. C. De familia principal, su padre le legó una fortuna y su madre recibió honores casi divinos a su muerte, con derecho a monumento sepulcral y juegos funerarios. Después de estudiar retórica, se convirtió en discípulo de Musonio Rufo y adoptó la filosofía estoica, y de él se escribiría que unía el genio filosófico de Platón y el fuego en la palabra de Demóstenes. Filóstrato nos ha dejado escrita en su Vida de Apolonio de Tiana un encuentro entre el mago, Dion y el emperador Vespasiano, en Alejandría, en el templo de Seraphis. En esta escena Crisóstomo y el estoico Eufrates exponen al princeps las ventajas de distintas formas de gobierno, inclinándose por la república y el gobierno del pueblo. El mago filósofo, Apolonio de Tiana es claro y enseña el ideario estoico sobre el gobierno, en que la autoridad emana del más sabio, justo y que además tiene fuerza interior y moral, y capacidad de acción. Cuando Vespasiano le pregunta qué y cómo debe actuar un buen emperador, responde: “Me preguntas cosas que no son enseñables, pues la realeza es lo más importante que hay en los hombres, pero no es enseñable. No obstante te diré qué debes hacer, en mi opinión, para que tu comportamiento sea sano. No tengas por riqueza lo que se almacena, pues, ¿en qué es esto mejor que la arena reunida en cualquier parte? (…) Que la facultad de hacer todo lo que quieras te atemorice, pues así harás uso de ella con más prudencia. No cortes los tallos más crecidos y sobresalientes, pues es injusto este precepto de Aristóteles, sino más bien arranca la mala voluntad, como los cardos de los trigales, y muéstrate temible para con los revolucionarios, no en el castigar, sino en la seguridad de que serán castigados. Que la ley, emperador, impere sobre ti, pues legislarás con más prudencia si no violas las leyes. A los Dioses, atiéndelos más que antes, pues grandes son los beneficios que de ellos obtuviste, e importantes las cuestiones por las que a ellos te encomiendas. En lo que atañe al poder, obra como un emperador; en lo que atañe a tu persona, como un particular (…) Los placeres avecindados en Roma, que son muchos, mi opinión es, emperador, que los vayas erradicando con tacto, pues es difícil convertir a un pueblo a la prudencia de golpe. Más bien se debe introducir poco a poco orden en sus conciencias, reformando unas cosas a las claras, otras a escondidas”
En esta misma obra, La Vida de Apolonio de Tiana, Filóstrato dice de Dion de Prusa que resultaba encantador para las conversaciones, y evitaba las disputas. Hacía gala en sus discursos de un encanto como el que exhala el perfume de los templos. A ello se añadía también su capacidad para improvisar mejor que ninguno de los hombres.
Allá donde fue, Dion siempre se comportó como un “medico de almas”, no sólo de individuos, sino también de pueblos, a los que apaciguaba y aleccionaba con sus discursos y filosofía. Cuando Domiciano fue elegido emperador, en el año 81, exilió y después persiguió a Dion “hasta los confines del mundo”. El filósofo tuvo que disfrazarse y trabajar de campesino, pobre y vagabundo, eludiendo los espías del tirano, en condiciones miserables, durante catorce años. Se refugió, atravesando toda la Escitia, en el país de los getas, cuya historia e instituciones describió en una obra hoy perdida. Ante circunstancias tan difíciles, que Filóstrato, en su Vida de Sofistas nos ha descrito con detalle, asumió la filosofía cínica. Esta filosofía es la más apropiada para una vida de pobreza, esfuerzos y soledad. Estos años de destierro y privaciones los compararía el filósofo a las desventuras de Ulises, y los dos libros que llevó consigo, el Fedón de Platón y el discurso, “Sobre la embajada fraudulenta”, de Aristófanes, fueron sus únicos amigos y maestros. Pero como nada ni nadie puede ocultar el verdadero genio, pronto fue admirado por sus discursos, y las gentes de las tierras por las que pasaba lo incitaban a hablar en las asambleas públicas, tal y como expresa en el Discurso XIII: Estas ocupaciones servían para distraer mis penas, y en cierto modo me aliviaban, de la misma forma que aquellos que trabajan en obras pesadas se reconfortan con el canto. Por eso recitaba con agrado esos discursos a aquellos que querían escucharme y procuraba elegir temas que pudieran resultarles útiles, además de proporcionados a sus capacidades. Por todas partes encontraba hombres malvados, insensatos, ignorantes y dominados por la ambición, la avaricia y la voluptuosidad. Por todos los medios intentaba conducirlos a la virtud y les repetía a menudo los mismos discursos que otrora Sócrates les había dicho.
Cuando Dion se hallaba en la frontera oriental del Imperio, le llegó la noticia de que Domiciano había sido asesinado y que había sido proclamado emperador Nerva, viejo amigo suyo. Como estuviera a punto de producirse una rebelión entre los soldados, subió a la tribuna, dándose a conocer y los arengó sobre los vicios y maldades del emperador fallecido y las virtudes del nuevo, que inauguraban una era de paz y concordia. Cuenta Filóstrato que los soldados al sentir en su alma la música y vehemencia de su discurso, aun cuando no entendían la lengua en que hablaba, ratificaron la elección del nuevo emperador. Dion volvió a su tierra natal y participó en su vida política, garantizando la paz y representante de la suprema autoridad de Nerva. Viajó de nuevo a Roma, con motivo de la muerte de Nerva y representando a su ciudad frente al nuevo emperador, Trajano, a quien causó tan buena impresión que le incorporó a su séquito, como orador y filósofo.
Volvió años más tarde a su patria y consagró su vida a embellecer la ciudad con monumentos y dulcificar las costumbres y educación de sus ciudadanos.
Los 80 Discursos que se conservan de Dión ejercieron profunda influencia durante la Edad Media y el Renacimiento, especialmente su Tratado sobre la Realeza libro de lectura obligada para príncipes y gobernantes en muchas cortes europeas. Muchos de los oradores y personajes políticos de la Revolución Francesa se inspiraron en sus discursos, la más bella exposición que conocemos de la filosofía estoica.
Su discurso número XII, Olimpia, o la primera noción de Dios expone la natural percepción que tiene el alma del Logos, o Dios, por hallarse una lengua de su fuego en lo más íntimo de cada uno. Es también un discurso que da gran importancia al arte como una vía de representación de los Dioses, y de acercamiento emocional, mental e intuitivo a sus luminosas esencias, origen, guía y modelo de cuanto vive.
Epicteto nació hacia el año 50 d.C., en Hierápolis, importante ciudad de la Frigia meridional, hoy Turquia. Era esclavo, hijo de esclavo. Conducido a Roma, lo hallamos sirviendo a Epafrodito, un liberto de Nerón, posiblemente un “guardia de corps” que se ocupaba de asuntos “sucios” de un tirano ya enloquecido. Más tarde este Epafrodito sería quien ayudaría a Nerón a suicidarse y por este motivo sería condenado a muerte por Domiciano. Epicteto, en sus lecciones de filosofía, le mostraría como un paradigma de lo que uno no debe ser. Maltrataba a sus esclavos y servidores y Epicteto, que se convirtió en discípulo de Musonio Rufo, debió forjar con voluntad de hierro estoica su alma, para soportar las torturas físicas y psicológicas a que era sometido por su patrón. La cojera que aquejó a Epicteto durante toda su vida fue causa de la brutalidad de Epafrodito. Sin embargo, enseñaba Epicteto que el ignorante es esclavo de su naturaleza instintiva, y por tanto esclavo de cualquier esclavo, y refería para ello una historia significativa: Epafrodito vendió a su esclavo zapatero, a causa de su torpeza, y comprado por Nerón, se convirtió en favorito del emperador; Epafrodito debía entonces, para proteger su vida, humillarse ante el esclavo a quien había humillado y despreciado. Una historia revela el carácter y la voluntad de Epicteto: Epafrodito le había apresado la pierna en un instrumento de tortura, quizá para probar la entereza e impasibilidad del filósofo. “Me vas a romper la pierna”, le advirtió, sereno, Epicteto. Pero Epafrodito continuó hasta que efectivamente se quebró. Inmutable, Epicteto se limitó a decir “Ya te avisé, me has roto la pierna”.
Su filosofía, una filosofía de voluntad, se resumía en el lema “abstente y soporta”, anekhoy kai apekhoy.
Como dijimos, Musonio Rufo fue su maestro, y de él aprendió la ciencia y la práctica de la virtud, y que la filosofía era una sabiduría práctica, un estilo de vida, una aristocracia del alma. Epicteto recordaría cómo Musonio “hablaba de modo que cada uno de los que ante él estábamos pensábamos que había descorrido el velo de nuestras faltas; hasta tal punto indicaba nuestro estado actual, de tal modo ponía ante nuestros ojos las miserias de cada uno”. Liberado, posiblemente por la muerte de Epafrodito, se convirtió en Maestro y comenzó a enseñar la filosofía estoica en Roma, despojada de su dialéctica e insistiendo en el carácter moral. En el decreto senatorial del año 94, durante la tiranía de Domiciano, en que se desterraban a filósofos, matemáticos y astrólogos, fue exiliado a Nicópolis, donde abrió una Escuela que pronto sería el lugar donde los jóvenes romanos podían formar su carácter y su razón, y despojando su mente de fantasmas inútiles, aprender el arte de “vivir la realidad”. Epicteto vivía como un asceta, en una cabaña, siempre abierta, con sólo un camastro y una lámpara, que luego compraría un devoto discípulo por tres mil dracmas. En esta cabaña recibió al Señor del Mundo, el Emperador Adriano, que quiso expresar su respeto por el filósofo y conversar con él. Discípulo suyo fue el escritor y político Flavio Arriano, que conocemos por su “Historia de Roma”, y que de joven, en Nicópolis, cuando ya era Epicteto un anciano, experimentó la adoración y el arrebato de alma que siente un discípulo por su maestro. Al recordarlo, Arriano escribiría que cuando Epicteto pronunciaba sus discursos, “el oyente no podía dejar de sentir lo que aquel hombre quería que sintiera”. Ya que Epicteto no escribió nada, sería su discípulo, Arriano, quien divulgara sus enseñanzas en ocho libros con el título de Pláticas, y un resumen a modo de manual o enquiridión. Simplicio, comentador de Aristóteles, que enseñaba en Atenas cuando las escuelas de Filosofía fueron definitivamente clausuradas por Justiniano, en el 529, escribiría un comentario a esta obra y diría de ella que “es un arma de combate que uno debe llevar siempre consigo y de la cual deben estar dispuestos a servirse aquellos que quieran vivir bien”. Este librito sería adoptado por los eremitas del Monte de Sinai y no pocas de sus máximas pasaron a la regla de San Benito, y de ahí a las órdenes monacales de Occidente.
Al final de su vida, tomó a una mujer para educar a un huerfanito que había adoptado, y murió de edad avanzada, entre el 125 y el 130.
Epicteto se sirvió del diálogo y del método socrático para enseñar a sus discípulos, por considerarlo el más directo, y combatió a académicos y epicúreos. De los últimos reprocha el egoísmo y la pérdida de sentido social de quien tiene por principio la búsqueda del placer, por muy elevado que este sea. De los primeros el que hayan endurecido sus mentes y sus almas haciéndose impermeables a todo razonamiento.
La filosofía de Epicteto puede resumirse en las máximas morales que dan inicio a su Manual: “Nuestro bien y nuestro mal no existen más que en nuestra voluntad.
De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen de nosotros nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones: es decir, todos nuestros actos.
Aquellas que no dependen de nosotros son: el cuerpo, los bienes materiales, la fama, las dignidades, los honores; es decir, todas aquellas cosas que no entran en el ámbito de nuestros propios actos.
Las cosas que dependen de nosotros son libres por su propia naturaleza, nada puede detenerlas ni levantar ante ellas obstáculos. En cambio, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas; sujetas a mil circunstancias e inconvenientes y ajenas por completo a nosotros.
Recuerda, pues, que si tomas por libres las cosas que por su naturaleza son esclavas, y por propias las que dependen de otros, no encontrarás más que obstáculos por doquier; te sentirás turbado y entristecido a cada paso y tu vida será una continua lamentación contra los hombres y los dioses. En cambio, si no tomas por propio sino lo que realmente te pertenece y miras como ajeno lo que pertenece a los demás, nadie podrá obligarte a hacer lo que no deseas ni impedirte que obres según tu voluntad. No tendrás, entonces, que quejarte ni acusar a nadie, y como nada, por leve e insignificante que sea, habrás de hacer contra tu deseo, no te saldrá al paso el daño, ni tendrás enemigos, ni te ocurrirá nada perjudicial ni molesto”.
Marco Aurelio es el último gran estoico del llamado Imperio Nuevo, que corona la obra que se inició con Zenón. Las notas biográficas que aparecen a continuación están copiadas del excelente artículo, “El último triunfo del Emperador” del profesor Jorge Ángel Livraga, que apareció en la revista nº 182 de la revista Nueva Acrópolis de España:
“Proveniente de una noble familia española, el que sería el Emperador Marco Aurelio nació en Roma, en el mes de abril del año 872 de su fundación, aproximadamente en el 121 de nuestra Era. Según la historia mítica, descendía por parte de madre de un rey de los Salentinos, y por la paterna de Numa Pompilio. El Emperador Adriano, ante su precocidad, lo nombró Caballero a los 6 años de edad, cosa excepcional, y aún lo quiso dejar como su sucesor directo, cosa que no pudo ser por contrariar las leyes de Roma, al tener tan pocos años el elegido. Pero eligió a Antonino con la condición de que a su vez eligiese a Marco, oportunamente.
Su verdadero nombre fue el de Annio Vero, apellidándose Verísimo, de la “gens” Annia. Fue Adriano quien lo llamó Marco Aurelio Antonino Vero.
Adoptado por Antonino Pío, según la vieja tradición que permitía a los Césares no dejar el reino a sus hijos físicos, sino a los que considerasen sus descendientes espirituales, encargó su educación a varios filósofos destacados, especialmente al filósofo estoico Apolonio. Desde pequeño habitó el palacio imperial y se cuentan de él augurios siempre favorables, como el juego ritual de lanzar coronas a la cabeza de una imagen gigantesca del dios Marte; todos fallaron, menos Marco Aurelio, cuya corona quedó en la cabeza de la estatua por mucho tiempo.
Iniciado en Eleusis y en los Misterios de Mitra- Dumuzi, se destacó siempre por sus costumbres austeras, tanto que en plena juventud alarmó a sus parientes que le creyeron enfermo o baldado. Amaba las viejas costumbres rituales de Roma y su ideología, en general, era marcadamente de la Escuela Estoica. Se destacó asimismo como orador y dialéctico. Asumió la responsabilidad del Imperio en el 161, como Emperador asociado al César Lucio Vero, también ahijado de Antonino Pío.
Tenía Marco Aurelio unos 40 años y su vocación filosófica y sapiencia le ayudaron a tener una gran practicidad y eficacia en su función, haciendo reformas necesarias en la Jurisprudencia y en la movilidad de los ejércitos. Moderó, aun a costa de volverse impopular, los juegos de gladiadores y combatió el terrorismo que por motivos étnicos y religiosos empezaba a gestarse en el Imperio. Su acción fue especialmente afortunada en los Estados de Oriente, a los que devolvió la paz y la riqueza.
Su forma de vida no cambió con la designación de Augusto, manteniéndose en lo recomendado por los estoicos, siendo moderado en todas las cosas y muy amigo de la reflexión filosófica, evitando caer en las supersticiones propias de su época. Esto último provocó que historiadores modernos lo hayan tildado de ateo.
En el 139 casó con Faustina, mujer bella, pero disoluta, a la que el Filósofo no reprocha su conducta y agradece, en cambio su bondad por haber tenido la paciencia de escuchar sus versos. A pesar de haber tenido que sofocar insurrecciones y ataques de los pueblos marginales del Imperio- los “bárbaros” que ya empezaban con una labor de desgaste que haría caer el Imperio siglos más tarde- jamás perdió su ecuanimidad. Su consejero Timócrates nos cuenta que una cruel enfermedad (¿cáncer hepático?) le causaba enormes sufrimientos que soportaba con férrea voluntad y sin merma de su extraordinaria capacidad de trabajar. Obtuvo varios “Triunfos”, festejos especiales decretados por el Senado por sus victorias militares. En el entonces Campo de Marte se levantó una soberbia columna de mármol coronada con su efigie en bronce y rodeada de una enorme biblioteca. En su superficie, de manera espiralada se historian sus hazañas(…) Hoy, una estatua de San Pedro reemplaza la suya, que fue derrumbada y fundida por los cristianos de la Alta Edad Media.
Murió de manera misteriosa (algunos creen que fue envenenado por un ciego, con una manzana cortada por un cuchillo especial por encargo de su propio hijo Cómodo, antes que testase en contra la herencia del Imperio) en Sirmio, hoy Mitrowitz, en las cercanías de Viena, Austria. Tenía 58 años, poco antes de cumplir los 59, y casi 12 de reinado.
En sus tiendas de campaña, robándoles horas a sus noches, escribía verdaderas joyas de Filosofía Moral y Metafísica. Conservamos de él 12 libros de memorias escritas en griego, tituladas A mí mismo y hoy conocidas por Pensamientos de Marco Aurelio.
Se dice de él que era tanta su honradez que, faltando medios económicos, en una de sus campañas bélicas, vendió y empeñó todos sus bienes personales y hasta los de su familia, incluyendo vestidos y alhajas, en una subasta que duró dos meses. Triunfante, tanto le querían sus súbditos que le devolvieron gran parte de esas riquezas, en actos emocionantes de devoción y fidelidad. Tenía por costumbre comer solo y muy frugalmente, dormir poco y abstenerse de los placeres.
En sus Soliloquios agradece a todos los que conoció, destacando, como en el caso de su esposa, tan sólo las virtudes por pequeñas que fueran y silenciando caballerescamente sus defectos. De los filósofos que le inspiraron, agradece en especial a Epicteto, así como a Máximo quien, según dice, le enseñó a no dejarse arrastrar por las circunstancias y conservar el buen ánimo y humor en las más grandes penurias, para no lastimar a los seres queridos. Agradece también las inspiraciones que dice haber recibido de los Dioses, sintiéndose indigno de ello, pues era Emperador, sí, pero de una parte de la Tierra y esta no pasaba de ser un minúsculo astro entre las miríadas que conforman el Universo. Dice que no debemos enfadarnos con los hombres pues muchos hay que no diferencian el bien del mal, como un ciego no lo hace entre lo blanco y lo negro. Así, para Marco Aurelio, la maldad humana no es más que una deformación o enfermedad mental que hay que tratar de curar y remediar a través del buen ejemplo y la armonía con los Dioses y los hombres. Decía de la Filosofía que, en este mundo era la mejor religión, pues las Cosas Misteriosas suelen confundir los ánimos aún no templados. Afirmaba que no debemos temer a nada pues, “¿Qué le puede acontecer al buey que no sea propio del buey o a la abeja que no sea propio de la abeja y al hombre propio del hombre?” .También, que las cosas no desaparecen, sino que están en continua mutación, según la armonía universal. Y dice: “Reconoce tu interior; dentro de ti está la fuente del bien, que puede manar de continuo si la profundizas siempre”… “Cuando mueras, vete pues con el ánimo alegre, pues quien te despide es por naturaleza benigno y te será propicio”.
[1] Del trabajo monográfico de Francisco Montes de Oca
[2] Idem
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]